Una clase fuera de lo
común
Estaba en la clase de historia y Paula y yo estábamos
aburridas. Queríamos salir de la escuela pero parecía que el tiempo se hubiera
detenido…Mientras la profesora explicaba en el pizarrón, nosotras pensábamos
cómo hacer para no estar en esa clase. Nos pasábamos papelitos que usábamos
para comunicarnos, hasta que se me ocurrió una idea: ratearnos de la clase. Paula no
estaba muy convencida, pero era la única opción hasta el momento. Ella pensaba
que su mamá la castigaría si la descubrían pero aceptó la propuesta para no
parecer un aguafiestas.
Fuimos al
escritorio y le preguntamos a la profesora si podíamos ir al baño pero ella nos
dijo que no. En ese instante, entró el preceptor y, como la maestra parecía
gustar de él y no lo dejaba de mirar, nosotras aprovechamos para salir. Fue
fácil porque los demás estaban hablando y gritando y el preceptor hablaba con
la profesora.
Al salir,
nos escondimos en el baño por si nos descubrían y allí, pensamos a qué lugar
íbamos a ir. Salir de la escuela no era tarea fácil. Teníamos que ir a algún
lugar oculto. A Paula se le ocurrió ir al sótano. No era mala idea, pero había
un problema: necesitábamos las llaves.
Al salir
del baño, nos encontramos con Juan y Fabián. Eran nuestros mejores amigos y
parecía que también se habían rateado.
—
¿Qué hacen ustedes acá? —preguntó Paula.
—
Nosotros tenemos la misma pregunta — respondieron.
—
Nosotras salimos porque estábamos aburridas en clase
—dije.
—
Ah, entonces se ratearon ¿no?
—
Bueno… digamos que sí. ¿Y ustedes qué vinieron a hacer?
—
Lo mismo que ustedes.
—
¿Y adónde piensan ir?
—
No sabemos todavía, ¿Y ustedes?
—
Al sótano — respondí.
—
Ah, mirá vos… ¿Y cómo piensan entrar?
—
Y… eso estábamos pensando —
—
Esperen, yo vi las llaves colgadas en el armario de la
biblioteca —dijo Fabián.
Salimos
corriendo hacia la biblioteca, tomamos las llaves y fuimos hasta el sótano. En
frente nuestro teníamos la
puerta. Probamos con todas las llaves para abrirla hasta que
lo conseguimos. Estaba oscuro y el olor no era agradable. Caminamos lentamente
mientras el piso rugía. Cerramos la puerta, bajamos las escaleras y con la poca
luz que había, nos pusimos a charlar. Estábamos ansiosos. Revisamos las cajas
que había, los estantes repletos de hojas y objetos raros. Pero lo mejor pasó
cuando Juan corrió la caja: una puerta pequeña apareció, sólo cabíamos nosotros
agachados. Estaba llena de polvo y telas de araña. A la fuerza, los chicos
pudieron abrirla. Ellos querían entrar pero nosotras no estábamos tan seguras.
Además, había bichos, pero igual terminamos entrando. Primero se animó Juan.
Paula se entusiasmó y entró también. Fabián quiso saber de qué se trataba y a
mí no me dejaron opción. No me iba a quedar sola afuera, entonces respiré
profundo y entré.
Un montón de
adolescentes uniformados, más o menos como nosotros, caminaban de un lado a
otro sin percibir siquiera nuestra presencia. Ordenaban libros empolvados,
repasaban lecciones, escribían en papeles interminables.
—
¿Quiénes son? — preguntó Paula.
—
Vamos a averiguarlo — sugirió Juan, y se acercó a uno
de ellos para preguntarle. Pero nada, ni una mueca, ni una mirada…
Fabián quiso
tomar el brazo a uno pero su mano traspasó el cuerpo del otro.
—
¡Son fantasmas! — exclamó.
Nuestra
respiración se detuvo, el miedo comenzó a invadirnos. Un escrito en la pared
nos llamó la
atención. Juntos nos acercamos y Paula comenzó a leer en voz
alta: “Cuando a un alumno de esta institución se le ocurre la idea de abandonar
el edificio, los demonios se encargan de traerlo hasta este lugar donde nunca
jamás verá la luz del día y continuará más allá de su vida estudiando
eternamente”.
Gritamos
desesperadamente y corrimos hacia la pequeña puerta por donde habíamos entrado,
pero no pudimos abrirla. Un escalofrío abrazó nuestros cuerpos, estábamos
atrapados y no sabíamos que hacer. ¡Qué desesperación! ¡Qué angustia! Sólo
tenía ganas de llorar. Prometí nunca más pensar en salir de alguna clase. Una
mano tocó mi hombro y me preguntó: ¿Qué pasa, te sentís mal?
Era la profesora de Historia
que, al verme llorando, se preocupó. Levanté mi cabeza, Paula y los chicos
estaban en sus bancos. No entendía nada… ¿Habría sido un sueño?